Caminando por la calle sólo podía pensar en lo miserable que era mi vida y cuánto deseaba poder ser cualquier otra persona. No me gustaba mi trabajo de recepcionista en esa compañía de celulares, respondiendo llamadas todo el tiempo y soportando a mi jefe gruñón. No tenía amigos; creo que podría ser por mi falta de amabilidad y amargura que ahuyentaba a cualquiera. Mi vida se había convertido en un guion que se repetía todo el tiempo, sin cambios desde hacía 4 años. Se me venía a la mente la chica rubia y hermosa que tenía su cubículo junto al mío en el trabajo, siempre irradiando tanta felicidad, la cual proyectaba desde que entraba a la oficina dando los buenos días y sonriéndole hasta a las plantas. Deseaba tener una vida como la de ella.
Llegué al trabajo y Anne se encontraba sentada en el mismo lugar de siempre:
–¡Buenos días!
–Buen día, Anne. ¿Por qué te encuentras tan feliz hoy?– le pregunté.
–¿Y, por qué no estarlo?– me respondió, con esa bella sonrisa que la caracterizaba.
–No encuentro un motivo para sentirme alegre hoy. ¿Sabes? En muchas ocasiones he querido ser tú, al menos por un día y entender tu forma de ver la vida.
–Si tú vivieras un día conmigo te darías cuenta de que aunque no todo es color de rosa, siempre hay motivos para seguir adelante. ¡Mi vida no es perfecta!– recalcó.
Durante todo el día estuve pensando en esa conversación, tratando de entender qué tipo de problemas podía tener una persona como ella.
De regreso a casa tomé un atajo por un parque que se encontraba a unas cuantas cuadras de mi edificio. Justo en el medio se encontraba una enorme fuente con cientos, miles de monedas de diferentes colores: “Arroja una moneda y pide lo que tanto anhelas, la fuente de los deseos te lo concederá”, decía un pequeño letrero colocado en el frente. —Tonterías— pensé. Aun así, tomé una moneda y la arrojé: “deseo tener la vida de Anne”, dije mientras mantenía mis ojos cerrados.
Al llegar a casa y terminar los pendientes que tenía del trabajo me recosté en mi cama y caí en un sueño profundo; me sentía tan cansada como si hubiera corrido
en un maratón. Al día siguiente desperté, me encontraba en la cama de un hospital. Tratando de despabilarme y descifrar en dónde estaba, vi entre sombras que un médico se acercaba hacia mí.
–¡Buenos días, Anne! ¿Cómo amaneciste hoy?
Volteé rápidamente al espejo que se encontraba al costado y pude ver en el reflejo a aquella chica rubia y hermosa que tanto envidiaba. Confundida y sin entender qué pasaba, me limité a contestar:
–Bien… creo.
–Hoy tenemos noticias para ti, aunque no son tan buenas. Hemos detectado que tu cáncer ha logrado desarrollar metástasis.
–¿Metástasis?
–Sí. Eso quiere decir que tu tumor ha logrado viajar hacia otros órganos, y también están siendo muy afectados. Lo lamento mucho, haremos todo lo que esté en nuestras manos por evitar su crecimiento y reducir los síntomas. Para eso te necesitamos más fuerte que nunca.
Me quedé congelada. Me era imposible comprender cómo es que había acabado dentro del cuerpo de Anne. Como un flashazo, recordé la fuente de los deseos.
Apenas digerí lo que estaba pasando, sentí unas inmensas ganas de vomitar. Corrí al baño, apenas pude controlar las náuseas para no vomitarme sobre la ropa. El doctor continuó diciéndome que el pronóstico no era muy bueno, y que debía estar preparada para lo peor. Me informó que esa tarde sería mi primera quimioterapia del nuevo tratamiento.
Recuerdo ese día como uno de los más dolorosos de mi vida. El dolor no sólo era físico, era mental, emocional. Me derrumbaba pensar cómo la vida de alguien tan joven, hermosa y carismática, podría acabar en un abrir y cerrar de ojos. Todo cobró sentido cuando la hija de Anne apareció en el hospital.
–¡Mami, mami! ¿Cómo te sientes? Ya queremos que te pongas bien. Casi es Halloween y quiero que me acompañes a pedir dulces.
Fue ahí cuando entendí los ‘motivos para seguir adelante’ de los cuales ella me había hablado cuando tuvimos esa pequeña conversación la mañana anterior.
Después de un día cansado, fui a dormir. Cuando desperté era yo de nuevo, me encontraba en mi cómoda cama, y no en un hospital. Al llegar a la oficina mi compañera del cubículo de al lado no estaba. No podía esperar a que llegara la hora de salida y fui a verla.
Desde entonces comenzó una bonita amistad, y fue así durante los siguientes cuatro meses. La vi sufrir, llorar, casi quebrarse en momentos desesperantes, pero también vi cómo nunca se dejó vencer. Hoy hace un año ella ya no está con nosotros, y siempre la recordaré por darme la mejor lección de mi vida: aunque no todo es color de rosa, siempre hay motivos para seguir adelante.
Hoy valoro las cosas pequeñas, valoro mi vida y trato de darle el sentido que yo quiero que tenga. No sólo dejarme llevar por la corriente, sino luchar contra ella.
*Estudiante de segundo semestre de la Escuela de Medicina, ganadora del 2do Concurso de Cuento Breve ‘Casa de las Flores’.