|    El Cuento:   Entre el rugir de las bestias   |

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07-03-2018
Cerró los ojos, se perdió entre los recuerdos que pudo atrapar junto a una inmensa bocanada de humo. El viento fresco le recordaba que seguía viva.  Este pequeño lapso, esa pequeña rendija de libertad en la cual podía sentir los rayos de sol sobre su piel, era para ella, una probada de paraíso la separaba de su dura jornada laboral.


Acababa de comenzar noviembre, y con él, ese cambio de horario que tanto detestaba, y que le significaba no ver la luz del sol, salvo en tres cortos recesos, uno de veinte minutos, uno de media hora y otro de diez minutos.

Y de pronto otra vez, siempre cinco minutos antes de terminar el receso ella debe regresar a la realidad y volver a sentir el ronco sonido de las maquinas taladrar en sus entrañas. Dentro del lugar suenan radios que sintonizan diferentes estaciones, haciendo más estridente el repiqueteo en sus tímpanos, algunas de sus compañeras hablan o ríen con un tono de voz escandaloso para lograr sobresalir de ese ruido infernal dentro de la insoportable y calurosa bodega.

Aunque podría sintonizar su estación favorita, prefiere no distraerse, un error podría ser fatal; cómo el de aquella joven de largo cabello azabache, perdió un dedo, y aunque obtuvo una pequeña indemnización nunca más se supo de ella.

Decide pensar en los buenos tiempos, en lo que hará cuando al fin termine de pagar sus deudas, y anhelar el día en ya no deba poner excusas al cobrador. Y quien sabe, con suerte su hija la más pequeña logre terminar la universidad… y de nuevo otra vez, el recuerdo de cuando la policía se llevó a su hijo por transportar droga. Ella no lo sabía, aunque no quiso preguntar... porque ¿Qué podía haber hecho? De pronto él comenzó frecuentar a tipos raros, a desaparecerse por días... pero...  él pagaba las deudas… ¿por qué habría de preguntar? Hasta que aquél día lo supo todo; su hijo transportaba droga.

Suspira, regresa a la realidad, se siente diminuta, atrapada dentro de esa inmensa bodega, y se sabe más endeudada que antes, entonces se aferraba a superar la cuota mínima de trabajo.

Levanta la mirada y se da cuenta que comienza a vaciarse la maquila. Es la hora de salir, las del turno de la noche llegan, siente cómo una suave brisa entra por la puerta.

A pesar de ser las casi las seis de la tarde, afuera está oscuro. Densas nubes grisáceas surcan el cielo.

Los camiones de transporte de personal llegan y observa con hastío como sus compañeras se abren paso entre codazos y empujones.  Es tarde y el camión con la ruta que la llevará a casa aún no llega. Busca entre las bolsas de su delantal el último de sus cigarros. Lo enciende y observa el panorama: afuera las luces de la ciudad y el caos del tráfico, a lo lejos, un muro de lámina con cruces blancas incrustadas imponiendo un límite, y más allá de la frontera ver el fulgor y el ajetreo nocturno de la ciudad vecina le hizo recordar ese sueño al que jamás pudo cruzar.

*Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Baja California. Periodista y editora de Periódico El Mexicano. Eisabel.guerrero@gmail.com

Por: Isabel Guerrero Ortega