|    El Cuento:   Bonita   |

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17-01-2018
Esta era una hormiga que se llamaba Bonita. Joven, audaz, siempre andaba taaan feliz. Cuando caminaba por los alrededores del jardín, todos la saludaban: ¡Hey Bonita, qué linda te ves hoy con ese sombrero!, ¡Hey Bonita, muy buenos días, luces hermosa con tus zapatitos altos! Y Bonita se alegraba con todos los halagos.

Se distraía saludando a los que le sonreían entusiasmados, y la sonrojaban con sus frases de cariño. Iba tan distraída que el tacón de su zapato izquierdo se atoró en un hoyito; perdió el equilibrio, y al caer, por evitar que se ensuciara el hermoso sombrero de hojas de tulipán -lo sostuvo, no pudo meter las manos y se dio en la frente contra el piso. Por un momento perdió el conocimiento.

Al despertar estaba en el hospital del hormiguero y un hormigón, fornido, le miraba con cierta pena en el rostro. Bonita llevaba vendada cabeza y frente; el golpe había sido tan duro que se le había cuarteado de forma tal que parecía tener un cuerno brilloso y morado en medio de la frente. Bonita miró cómo las pulgas enfermeras reían burlonas. Se tocó la protuberancia y exigió un espejo. Nada había por hacer, su cabeza había adquirido esa forma y tendría que aprender a sobrellevarlo.

Quiso esconderse al salir del hospital e ir a la casa para no volver a salir jamás, porque aquellos que antes le halagaban, ahora se burlaban: ¡Hey Bonita, qué tal la nueva nariz!, jajajajaja, reían sin dejar de molestarla. Ya no necesitas presumir sombreros, nadie se fijará en otra cosa que tu cuerno, jajajajajaja. Bonita corrió a esconderse hecha un mar de lágrimas. Al entrar a casa, y sin dar las buenas tardes, se encerró en su cuarto y no hizo caso de la sopa que su papá le había preparado.

Pataleaba y daba gritos, se había deprimido tanto que decidió permanecer a oscuras y deseaba morirse antes de seguir soportando la burla de todos los que la miraban.

¡Pero hija, tú sigues siendo mi Bonita! Mi preciosa hormiguita linda e inteligente. Las hormigas son así, se dejan llevar por el qué dirán los demás, siempre hacen lo que hace la de adelante, son buenas con las filas y con las rutinas, pedacito de azúcar.

Lo dices porque soy tu hija, pero mírame, ¡soy un monstruo!

No eres un monstruo, tienes una herida en la cabeza, pero no quisiera que tuvieras una herida en el alma, mi amor. Te diré el secreto para que no te duelan la burlas de los demás... Y parándose frente a ella, levantándola de la cama, la miró de frente y le dijo: Búrlate de ti misma.

Adelántate a ellos, sé mucho más original. Cuando vean que nada de lo que te digan te molesta, te dejarán en paz.

Papi, cómo me dices eso, no me atrevo a salir, no soportaré sus miradas, incluso mis amigos se han burlado de mi.

Qué importancia tiene lo que otros puedan decirte, Bonita; los que en verdad te quieran, los que en verdad sean tus amigos, esos estarán a tu lado, no querrán lastimarte, y aquellos que lo pretendan, no son tus amigos y sus palabras no tienen importancia.

Esa noche Bonita se quedó dormida, sollozando en los brazos de papá, quien le acariciaba y cantaba canciones. Al día siguiente se puso uno de sus mejores sombreros, le dio los buenos días a su papá y salió para dar su paseo de todos los días.
¡Hey Bonita!, le gritaron, para qué quieres sombrero, ni quien lo mire con tremendo cuerno en la cabeza... Es cierto, pero es un cuerno con estilo, dijo Bonita con una coqueta sonrisa, y todos rieron con ella.

Siguió caminando y otro malhadado le dijo: ¡Epa Bonita, que tengo comezón, préstame ese cuerno y ráscame un poquito...! Sólo si luego me das besitos en el cuerno hasta que me quede dormida, y todos alrededor del grosero se burlaron de aquél al verlo sonrojarse abochornado.

Bonita entonces sonrió y se miró rodeada de otras hormigas, que poco a poco se fueron acercando a ella para acompañarla: ¿Te duele mucho Bonita?, preguntó una de sus amigas.

Pudo dolerme más, pero decidí no permitirlo y, sonriendo, recordó las palabras de su padre.

Por: Adán Echeverría