|    El Cuento:   De días y de siglos (Segunda parte)   |

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03-07-2017
¡Se dividía California! Junto con los primeros conquistadores aventureros habían llegado unos frailes, su misión era evangelizar…

El ambiente se había saturado de gritos, ruidos y movimiento, vi a Adelina correr hacia su casa, llegar al pino salado y hendir el rastrillo en mi piel.

... Las tolvaneras de marzo traían consigo noticias vagas de acontecimientos sucedidos en una lejanía que no alcanzaba a delimitar traían ecos de otras tierras de aquel lado del Río Colorado, de más allá del Desierto de Altar, de tierras aún más lejanas de las tierras de Sonora. Hablaban de un levantamiento armado que duró años, de la lucha de un pueblo de sacudirse el yugo de tres siglos de dominio, del nacimiento de una nación independiente, México, de la cual se me decía yo formaba parte. Se llegaron noticias de nuevas guerras, de los Trece Estados del Norte que se unieron en su deseo de expansión territorial para entablar un enfrentamiento desigual con esa debilitada Nación. Se hablaba de una sangrienta invasión, de una guerra en la que yo no intervenía y en la cual fui cruelmente herida...

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- La guerra interna e intensa de la niña no la dejaba en paz, las imágenes recordadas de lo que vio ese mediodía le provocaba una náusea sostenida que no le permitía descansar y el temor a un nuevo ataque de lo que ella consideró una “venganza de las granadas”, la llevó a alejarse de su jardín. Al salir, ante la presencia de un pequeño charco de agua, huella de la lluvia pasada, se aisló un momento de sus pesares y tomó de los bordes del charco un poco de esa tierra mojada, un poco de ese barro que muchas veces le había permitido hacer figuras y pasteles de lodo y jugó hasta que las voces y los gritos llegados desde la entrada a la Secretaría la sobresaltaron y pusieron en alerta.

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...Tres siglos atrás los vientos del oeste habían traído consigo rumores premonitorios ¡Se dividía California! Junto con los primeros conquistadores aventureros habían llegado unos frailes, su misión era evangelizar “y lo que no habían logrado aquellos al golpe del arcabuz, lo lograrían éstos por la cruz”, los primeros franciscanos impulsados por su fe buscaban convertir a un llamado “Cristianismo” a los nativos de esta región. Años después, aquellos vientos fríos bajando por la sierra se deslizaron por el valle con la noticia de otro grupo de frailes que con sus ejemplos de bondad y pobreza fueron venciendo todas las vicisitudes: los jesuitas. El viento hablaba de la fundación de dieciocho Misiones, del padre Francisco Eusebio Kino, del padre Salvatierra y la substitución posterior de ese grupo dejando toda la evangelización en manos nuevamente de los franciscanos, en manos de Fray Junípero Serra. Las noticias no paraban de llegar y escuché expectante los enfrentamientos entre estos frailes y un nuevo grupo: los dominicos; con la presencia de ellos se delimitaron los campos de influencia de las dos Órdenes Religiosas llegando a aquella división premonitoria, pues a quince leguas al sur de la Misión de San Diego de Alcalá se trazó una línea imaginaria diferenciando así la Alta y la Baja California. Yo quedé dividida entre “Las Californias” y, por desgracia, esa línea imaginaria fue anuncio de un dolor que se hincó posteriormente en mis entrañas, los vientos de octubre no podían hacer nada sino llevar la noticia a otras tierras. Los Tratados de Guadalupe en 1848 entre los Estados Unidos y México consumaron la división definitiva, la herida estaba infringida, aún sangra...

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- Adelina quería trazar una línea entre sus juegos y lo sucedido. No podía hacerlo. Poco a poco lo acontecido se incorporaba a su vida y temía se instalara en sus sueños. Los gritos llegaban con más fuerza y se refugió en otros miedos, los que vivía por la noche, en sus largas noches de insomnio. Revivió sus estados de vigilia en los que observaba las figuras que se formaban en el cristal de las ventanas, traídas por la luna y alimentadas por su imaginación, las sombras de los árboles se convertían en monstruos que querían devorarla, que estaban a la espera de que se durmiera para asaltarla. No podía estar tranquila, también vivía la noche a la espera de la señal que anunciara una inminente inundación. Sí, el velador del Campamento de Irrigación se los había advertido: “Puede que una noche se rompan las compuertas de la Presa Morelos y entonces, como vivimos bajo el nivel del mar, se inunde el valle, se inunde la ciudad, nuestras casas y nos ahoguemos todos”. Viejo tonto, comentó años después, ¿cómo se le ocurría contarle eso a una niña?

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... Los cambios que se produjeron se fueron dando en una forma lenta, los proyectos para colonizar el valle fracasaban; ya habían descubierto mi fuerza de vida, habían descubierto mi vocación, ¡la Agricultura! En la investigación realizada se había concebido, por primera vez, en 1849, la idea de regar por gravedad con aguas del Rio Colorado el Valle Imperial, el valle que había quedado en la Alta California, pero ello habría de realizarse atravesando el valle de la Baja California. Al dolor de la división sufrida le sirvió de paliativo el sueño de sentir correr por mi piel en forma constante el agua de vida. Mis ilusiones de compañía y de sentirme poseída adquirían matices de realidad, las noticias que me llegaban no me importaban. ¡Yo deseaba esa vida! Se hablaba de concesiones hechas por el gobierno del General Díaz a extranjeros de un gran latifundio creado por Don Guillermo Andrade, de un engaño de colonización para fundar la Colonia Lerdo, del afán de enriquecimiento de un hombre sin importar lo que yo estuviera sintiendo. Pero también se hablaba de los desbordamientos del Río Colorado, que sirvieron de base para deducir las posibilidades de traer a mis entrañas -en forma permanente- el preciado líquido, y ¿por qué no?, ¡el amor! El sueño de que alguien me amara adquiría fuerza, me hacía sentir querida, atendida, halagada, soñaba, dejándome llevar al vaivén de manos fuertes que me acariciaran, que rozaran mi piel, que con ímpetu doblaran mi ficticia resistencia, que me transmitieran sus anhelos, sus dolores y sus sueños, que me hicieran vibrar y explotar en un canto a la vida.

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- El vaivén de lo acontecido la envolvió, recordando que desde hacía tres días había campesinos a la entrada de la Secretaría. Adelina no entendía lo que pedían. Hablaban de salinidad, de cosechas perdidas, del Tratado Internacional de 1944, de volúmenes de agua, de permisos de riego, gritaban y pedían una pronta solución a sus problemas, había palabras... gritos... gritos... palabras. A veces, junto con una amiga, se subían a un árbol y las dos, sin hablar, sin moverse, observaban a la gente, durante horas eran testigos pasivos de acontecimientos que no comprendían: ¿qué era el salitre?, ¿por qué el Gobierno de México habría de reclamar al de Estados Unidos?, ¿faltaba agua?, ¿por qué peleaban?, ¿qué era el Comité de Defensa del Valle? Esa tarde, al regresar a casa, no entró al campamento por el agujero en el cerco que siempre usaba, al oír gritos y voces de riñas, se dirigió a la entrada principal. Quiso estar presente. Encontró una multitud enardecida, alterada: unos corrían, otros vociferaban. De pronto se vio envuelta en un mar de brazos y piernas, piernas y brazos, brazos y puños cerrados, oía el choque de palas, barras, picos y demás instrumentos de labranza. Los golpes, los gritos y el correr de la gente se sucedía a un ritmo que aventajaba a su respiración. De pronto vio lo que no podía olvidar: los campesinos golpeaban a un hombre tirado en el suelo. ¡Era el Sr. Muñoz! ¡Era el Director de Recursos Hidráulicos! ¡Era el jefe de su papá! Sí, estaba segura, no le veía el rostro, pero, <<yo lo vi esta mañana y es la ropa que él llevaba puesta>>. Vio como lo levantaban y lo estampaban en el piso, vio las patadas y salivazos que recibía, vio como lo amarraban a una cuerda y cerró los ojos cuando lo iban a colgar. De reojo observó como al cuerpo colgado le hundían una horquilla en el pecho. Se sintió cómplice y corriendo se abrió paso entre ese mar enfurecido, jadeante llegó a un rincón y se quitó rápidamente los zapatos, quería sentir mi contacto en la planta de sus pies, quería sentirse acompañada.

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... Por fin los acontecimientos se desbordaron como aguas de un río turbulento, la Sociedad de Irrigación y Terrenos de la Baja California, ligada a la Colorado River Land Co, abren la bocatoma del Pilot Knob y habiendo cavado canales llegan al antiguo lecho del Río Álamo, y en mayo de 1901 sentí correr por primera vez sobre mi piel agua canalizada para riego; mi júbilo no tuvo límites, era un júbilo de días, de siglos de espera, un júbilo que se desbordó en el tiempo y se cosechó en el algodón, el sorgo, el trigo y se sigue cosechando aun cuando hace treinta años recibí agua que me dejó malherida. Anteriormente había observado y sentido el paso de brigadas militares encargadas de consolidar la anexión de la Alta California al país del norte, vi pasar numerosos grupos de gambusinos rumbo al oeste en la llamada “fiebre del oro”; técnicos estadounidenses estuvieron por aquí con fines científicos y estratégicos, otros buscando posibilidades para el trazo de una vía férrea transcontinental afluyeron también, estableciéndose de forma transitoria y pasajera, los arrieros, que conduciendo el ganado aprovechaban lo poco que en ese momento les ofrecía: los pastizales, que con los ocasionales desbordamientos del Río Colorado crecían entre las lagunas innumerables que se propiciaban. Pero no era suficiente, yo tenía las condiciones necesarias para cumplir con la misión que me estaba reservad, mis cualidades y la confianza en mí misma habrían de prosperar, el momento estaba siendo propicio y junto con el agua canalizada llegaron ellos, los Pioneros, don Ramón Zumaya y su esposa doña Bernarda, doña Delfina Vda. de Moreno, don Juan F. Joussaud, don Expectación Carrillo, don Francisco Montejano, don Zaragoza Contreras, don Francisco Barrios y doña Jesús Arias que fueron atraídos por los aromas de prosperidad que llenaban el ambiente.

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- El ambiente se había saturado de gritos, ruidos y movimiento, vi a Adelina correr hacia su casa, llegar al pino salado y hendir el rastrillo en mi piel. ¿Cómo ayudarla? ¿Cómo decirle que estaba equivocada, confundida?, le hice llegar el aroma de las granadas y queriendo escapar se hartó de ellas, su paseo en el columpio fue un intento de libertad que se vio cortado por una náusea incontrolable. En su juego con el lodo, al tenerme entre sus manos, quise transmitirle mi energía y mi fuerza, quise sacarla de los miedos en los que se refugiaba y que no la dejaban tranquila y viví su reacción al recordar lo sucedido. No podía hacer nada, sino contemplarla en su accionar y hacerle llegar mi amor a través de su piel.

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Continuará…

Por: M. Arq. Héctor Ramón Fregoso Vázquez