Ella no era ni la mayor ni la menor de los ocho, y aunque era una de las más bonitas entre las niñas, esa no fue la razón. Diego, uno de los ayudantes del orfanato, se fijó en ella desde su ingreso. No había cumplido ni los ocho años y Diego ya se la sentaba en las piernas, ya le besaba los hombros, ya frotaba el trasero de la niña sobre su pantalón, y así, pasaban los días, los meses y los años.
Se volvió cada día más silenciosa, y al
cumplir los doce, encontró de nuevo su inocencia en una biblioteca de la
escuela a donde asistía. Cada tiempo libre lo aprovechaba para meterse entre
los libros. No se trataba solo de hacer tareas y deberes de la escuela, se
trataba de ocupar el tiempo antes de regresar, de que la noche la sorprendiera y
que las luces se apagaran nuevamente para sentir bajo su ropa, de nuevo, las
manos de aquel Diego que no la dejaba de molestar. Los libros abrieron sus
páginas, sus voces, los ojos de la niña y su cerebro.
Y entonces planeó la fuga. Se dio cuenta
que ella nada podía hacer por sus otros hermanos, ni por los demás chicos del
lugar. Tenía que ver primero por ella. Tenía que quitárselo de encima. Y
escapar era la única opción. Alicia había logrado muchas cosas por sí misma.
Olliver Twist se había enfrentado a una enorme cantidad de inconvenientes. Y fue
por eso que se decidió.
Hoy espera silenciosa en casa. Los años han
pasado. Supo encontrar personas diferentes que le brindaron apoyo moral y
legal. Ayudó a su madre para volver al fin y recuperar a sus hermanos. Ella vive
sola, trabaja, se cuida, y espera junto con su nueva amiga, que conoció al
decidirse a denunciar, que se dicte la sentencia de aquel Diego que al final
tendrá que pagar en la cárcel por todo lo que le hizo cuando era niña.
*Doctor en Ciencias por El Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados
del IPN. Posdoctorante en el Instituto de Investigaciones Oceanológicas de la
UABC. Email: adanizante@yahoo.com.mx