|    El Cuento:   La garra melancólica   |

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27-02-2018
Todo el tiempo las garras de Feliza se mantuvieron retraídas; melancólicamente retraídas, tal vez con temor de lesionar a sus amos. Pusilánime, tal vez  por haber sido rescatada del lumpen, luego de hurgar tiempo indefinido en basureros, yantar alimañas y otros desechos.  

Fuimos parteros, por azar, de su última camada, parió tres crías y éstas quedaron en manos de amistades nuestras. La adoptamos. Luego de un tiempo razonable, se esterilizó; aun así, rechazó el flirt de uno u otro galán y alguna vez, durante la noche, escuchamos maullidos estentóreos, ¿rechazo o riña?, quién sabe; salíamos al patio a buscarla y siempre la encontramos erizado el pelo, mayido leve y sus pupilas dilatadas al máximo. 

Se hizo la mar de hogareña sin, en apariencia, que deseara nunca más salir a la calle. Los niños en casa jugaron con ella hasta la saciedad y jamás reveló enfado o ira cuando fue tratada con cierta rudeza. Siempre dócil, se dijera medrosa. Supusimos tuviera a la sazón nueve años. No obstante, interesada en jugar con esferas de estambre, canicas multicolores y en forma especial, hilitos dejados por ahí al mal traer, pasaba el tiempo. Jamás arañó la puerta de entrada para permitirle el paso, o hundir sus garras en los muebles de sala y juguetes infantiles. 

Se paseaba oronda por toda la casa, ni ruido hacía, llegamos a pensar fuera inexistente y en son de broma le llamábamos “pisaquedito”. Durante sus andanzas nocturnas en el jardín era casi imposible apreciarla debido a su pelambre negro, y éste, bajo el sol, resplandecía. Trepaba con agilidad por los troncos de las buganvillas rumbo a la barda perimetral y de ahí a las azoteas en derredor. 

Cierta mañana, Victorino, uno de mis nietos, jugaba con Feliza en la cochera arrojándole una pelota. Ésta, en forma inesperada, escapó a la calle. Un jovenzuelo acertó a pasar por ahí y la atrapó. El niño pidió devolvérsela, y aquel, en tono burlón, se negó a ello. Victorino levantó a la gatita y el otro como si nada. Entonces, mi nieto hizo gala de valor e ingenio y arrojándole la micifuz exclamó: ¡te la cambio por mi pelota! 

Las garras de Feliza no se comportaron como era costumbre, dejaron rasguños en la cara del fanfarrón, éste huyó despavorido no sin antes regresar la pelota. 

Feliza, inmutable, retornó a los brazos del menor.
La garra melancólica, al menos esta vez, dejó de serlo…
  

Por: José Joaquín Martínez Torres