|    Artículo:   Ley del caso   |

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25-11-2017
El 23 de junio de 1833 se publicó la lista de expulsión de 51 personas sin que la causa, o el motivo, hubiera sido explicado. La misma ley advertía que el gobierno podría expulsar a todas las personas que se hallasen en el mismo caso, sin dar ninguna razón a qué se refería en cuanto al punto de especificar, en el mismo caso.

“Esta falta de respeto a los sentimientos de una nación, la ignorancia que acusan de nuestra psicología y antecedentes; la brutalidad con que se exige que todos los mexicanos por presión externa, cambien de mentalidad y que en un momento desprecien lo que siempre han vinculado con su historia y con su felicidad eterna, evidencien en las leyes de 1833 y en las posteriores una mano precisamente extranjera, un poder destructor de la organización mexicana implacable y secreto”.
Mariano Cuevas (Conservador) .

La ley conocida con el sobrenombre irónico de la Ley del Caso o también mencionada como la ley del ostracismo político, fue expedida por decreto presidencial a cuyo cargo se encontraba el general Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón, y aprobada por ambas cámaras legislativas el 23 de junio de 1833. Se dio a conocer esta ley durante el primer periodo presidencial de los once que protagonizó el hombre quizá más enigmático que ha producido la historia de México. Rechazado en distintos momentos por los grupos políticos y, a la vez, muchas veces solicitado por los mismos, es innegable que “cumplió una función preponderante en la historia de México de aquella época”.

Es posible que se haya exagerado en atribuirle todas las culpas y los males a una sola persona en un país que no sabía cómo gobernarse, y que aún seguía sintiendo el ambiente incluyente de toda obligatoriedad colonial. Los errores políticos de aquellos que jugaban al ejercicio del gobierno y que se sentían con la suficiente experiencia para crear una nación, no dejaron de acompañarse del peso subyugante que exige la subordinación a los intereses personales. Además, para colmo, habría que agregar a las dificultades internas en aquél proceso de construcción, el afán manifiesto de otros países por sustituir la tutela española por conducto de la constante intromisión en los asuntos internos. La estrategia más socorrida era la de crear confusión y división en un México que más bien se parecía a un pajarito que a los pocos días de nacido se cae del nido y no entiende dónde se encuentra y, además, desconoce lo que hay que hacer. Camina o brinca dando tumbos porque aún no sabe qué pasa; y ni siquiera ha desarrollado las alas para volar…

Santa Ana era deficiente como político y peor general; flexible a conveniencia según sus intereses del momento. Acomodaticio a cualquier corriente política sin que tuviera algún ideario definido. Fue conservador radical y moderado, clerical y anticlerical, liberal puro e impuro, etc. En realidad era más que nada santaannista, con mínima educación aunque buen soldado. Ambicioso que gustaba del poder más por los honores que por la misma autoridad, mantuvo la funesta costumbre de abandonar la presidencia y retirarse constantemente a su hacienda Manga de Clavo en cuanto terminaban los festejos y las facciones políticas con poder se percibían peligrosas para permanecer estable (de las once veces que fue nombrado presidente, tan sólo ocupó la silla presidencial en total 5 años 6 meses; ni siquiera completó un sexenio). Alegre y buen jugador en los palenques con sus gallos entrenados, hacía las delicias de muchas mujeres por su carácter festivo. Se cuenta que en una de las muchas ocasiones que ocupó la presidencia, encabezaba una junta con sus ministros y de repente entró a la sala presidencial su ordenanza y algo le dijo al oído. De inmediato se levantó con el rostro demacrado suspendiendo la reunión con los secretarios de estado. Naturalmente sus ministros pensaron que alguna desgracia le había sucedido a alguien de su familia o a una persona sumamente cercana y querida; o quizá hasta al mismo país. Nada de eso. Al cabo de algún tiempo se enteraron del motivo que ocasionó aplazar los acuerdos de Estado: resulta que uno de sus gallos de pelea se encontraba enfermo, y presuroso corrió al gallinero presidencial a confortarlo. “Muchas veces irresponsable e inconsciente, su gran intuición le tornaba sagaz político en algunas ocasiones y el importante papel que desempeñó a partir de 1823, en que se pronunció por la República, hasta 1855, en que fue expulsado por la Revolución de Ayutla, se debió a su popularidad, a su carisma, a esa facultad excepcional de mover al pueblo, de formar ejércitos sin dinero y de hacerlos luchar en las peores condiciones”.

Por extraño que parezca la Constitución de aquel entonces permitía que si el presidente se ausentaba, por estar ocupado en alguna guerra, o por enfermedad u otra razón, el vicepresidente ejercía plenos poderes de presidente. Con esta prerrogativa Santa Anna al tomar posesión de su cargo que iniciaba en 1833, se declaró enfermo y se trasladó a su hacienda Manga de Clavo en Veracruz, dejando en el cargo al vicepresidente Valentín Gómez Farías, médico de profesión y político por afición nacido en Guadalajara, Jalisco en 1781. El ascenso al primer interinato de Gómez Farías a la presidencia (1 de abril de 1833 al 16 de mayo de 1833), concordó con el inicio de la Semana Santa. Quizá fue coincidencia o la gente sintió temor ante la conocida posición anticlerical del político tapatío que se congregó en las iglesias como nunca en años anteriores. Si en verdad existieron temores del anticlericalismo de Gómez Farías o fue mera coincidencia, lo cierto es que pronto se dieron a conocer las reformas o adiciones constitucionales que afectaban significativamente al clero y que en breve pondría en práctica: “Arrogarse el derecho de patronato y de elegir a los obispos, alegando que el Presidente de México era el sucesor legal del rey de España. Dio por suprimidos los votos monásticos y los diezmos y decretó la completa exclusión del clero en la enseñanza, y luego, el 24 de octubre de 1833, durante su tercer interinato (del 5 al 27 de octubre de 1833), se ordenó la supresión de la Universidad de México, la más antigua de América. También se dictó la secularización y confiscación de las misiones de California…”, fundadas por Junípero Serra.

Mariano Cuevas en su obra Historia de la nación mexicana comentó sobre la reforma de 1833: “El 19 de diciembre de 1833, el vicepresidente en funciones, Gómez Farías, en un acceso que los mismos rojos le han calificado siempre de extravagante e inoportuno, promulgó contra la Iglesia de Jesucristo y contra la religión constitucional del Estado los siguiente artículos llamados leyes. Por el 1° se mandó proveer en propiedad todos los curatos (territorio en el que un cura ejercía su jurisdicción espiritual y la capacidad para extraer rentas) vacantes y por vacar en clérigos seculares, conforme a ciertas leyes civiles mexicanas y españolas. El 2° suprimió las sacristías mayores de todas las parroquias. El 3° fijó el término de sesenta días para que terminasen los concursos abiertos en los obispados para la provisión de curatos. Mediante el 4° se concedió al presidente de la República en el Distrito y Territorios y a los gobernadores de los Estados, ejercer las atribuciones que las leyes españolas concedían a los virreyes y gobernadores de las Audiencias en la provisión de curatos. El artículo 5° imponía una multa de 500 a 600 pesos por la primera y segunda de mitras que no se conformaran con esta ley o sus correlativas en la provisión de beneficios eclesiásticos y, en fin, el art. 6° dispuso que tales multas fuesen aplicadas por el presidente de la República en el Distrito y Territorios, y por los gobernadores de los Estados a los establecimientos de instrucción pública”.

En realidad estas disposiciones o leyes anticlericales no era algo que pudiera calificarse de novedoso, ya que durante el siglo XVIII el mismo proceso se había iniciado con la llegada de los Borbones al reino de España. Además las constituciones estatales en el México federalista como la de Jalisco y la de Tamaulipas, “habían decretado que el culto sería pagado por el gobierno; los estados de México y Durango ponía en manos del gobernador el ejercicio del Patronato; la constitución de Michoacán otorgaba a su legislatura la facultad de reglamentar la observancia de los cánones y la disciplina externa de la Iglesia; la de Yucatán declaraba la tolerancia de cultos; la del estado (sic) de México prohibía la adquisición de bienes por manos muertas y no aceptaba ninguna autoridad que residiera fuera del estado con excepción de las federales, es decir, desconocía la autoridad del Papa y la del arzobispo”.

La llegada de los liberales al poder alteraba radicalmente las endebles estructuras del Estado. El primer periodo de gobierno de Anastasio Bustamante (1 de enero de 1830-13 de agosto de 1832), de corte conservador, había establecido mejoras que no se habían logrado en la presidencia de Victoria y menos en la de Guerrero. Ahora nuevamente tenían oportunidad los liberales de mostrar su habilidad para conducir a la nación. Para ello era indispensable acaparar todo el poder en sus manos y disminuir hasta donde fuera posible el control concentrado en los ministros de la religión católica y en los militares, aunque la Constitución de 1824 comprometiera al Estado en acciones encaminadas a proteger al catolicismo. La situación para los conservadores aristócratas se complicaba con las intenciones delineadas por los exaltados liberales. Era necesario neutralizar el acaparamiento del poder y para ello sólo existía una persona: el ausente presidente Santa Anna. No tardó en filtrarse en la prensa los rumores de lo que le ofrecían para que recobrara pronto la salud y regresara a encargarse de la presidencia. El periódico La Columna, de tendencia liberal, publicó que le habían ofrecido a Santa Anna la corona de México. “No es posible establecer con exactitud cuál fue la reacción de Santa Anna ante las ofertas que probablemente se le hicieron, ni está claro quién manipulaba a quién. Por una parte, parece que los aristócratas trataban de servirse de Santa Anna para evitar las reformas liberales y que le ofrecían el puesto de dictador a cambio de su colaboración. Por otra, muchos sostienen que hacía tiempo que Santa Anna había planeado y previsto los acontecimientos que estaban teniendo lugar”. Como casi en todas las acciones del jalapeño, tanto en sus contemporáneos como en los historiadores, las confusiones con relación a sus auténticas intenciones se convierten en verdaderos rompecabezas con un alto grado de dificultad para acomodar las piezas.

Sea como fuere, lo cierto es que los aristócratas aumentaban deliberadamente el mal para apresurar el retorno del presidente indispuesto y frenar así a los liberales. Para ayuda de los conservadores, llegó de Europa una epidemia de cólera (abril-mayo 1833) que se extendió rápidamente a diversos estados matando a miles de personas. Tan sólo en pocos días en la capital del país los cadáveres ascendieron a 10,000. La folletería financiada por los aristócratas anunciaba que era un castigo del cielo por perjudicar a la religión. La abierta alianza entre religiosos y militares contribuyó a aumentar las tensiones. Al fin Santa Anna aceptó regresar y el 16 de mayo de 1833 juró nuevamente el cargo de presidente. En el discurso de costumbre insistió en que tanto por su sentido del deber como de conciencia, respetaría la religión y que “el ejército seguiría siendo el baluarte de las instituciones de la nación, si bien requería de cierta reorganización”. Algunos días después publicó una declaración que parecía reprender a los extremistas del Congreso y del ejecutivo: “Advertía que el exceso en la aplicación de los principios conducía a la ruina de las instituciones políticas, aún de las más consolidadas”. Todo parecía indicar que había aceptado los ofrecimientos de los aristócratas cualquiera que éstos hayan sido. Para el 26 de mayo la guarnición de Morelia a las órdenes del capitán de infantería Ignacio Escalada se levantó en armas bajo un plan que restituía los privilegios de la iglesia y de los militares, “amenazados por las autoridades intrusas”. Así mismo -y era lo que resultaba más interesante del plan- proclamaba como protector de la causa a Santa Anna. Éste se opuso determinantemente al Plan emitiendo una proclama condenando el levantamiento. Asimismo declaraba “que no aceptaría ningún poder que no fuese estrictamente legal”. Muchos pensaron que el presidente mantenía una alianza con Escalada y que, además, había sido el director intelectual del pronunciamiento. Otros aseguraban que algunos conservadores como Facio, Lucas Alamán y Michelena (el de la conspiración de Valladolid en 1808), acompañados de algunos españoles y ministros de la Iglesia, financiaron la revuelta.

Pocos días después en Tlalpan se levantó en armas Gabriel Durán proclamando un plan similar al de Escalada en el que insistía colocar a Santa Anna como dictador. Las sospechas de la complicidad de los levantados con el presidente se incrementaron al momento de que éste solicitó autorización al Congreso para someter a los insurrectos. Una vez que obtuvo el permiso se encaminó con tropa hacia Tlalpan llevando como lugarteniente al todavía coronel Mariano Arista. Al llegar a Tlalpan los rebeldes se habían retirado. “Arista y otros oficiales se reunieron y acordaron secundar los pronunciamientos de Escalada y Durán”. Posteriormente Santa Anna fue capturado y Gómez Farías anunció que el presidente tras “su negativa a sumarse a la revuelta, había sido detenido por Arista”. El Congreso se indignó ante semejante atrevimiento asegurando que no esperaran compasión los rebeldes si Santa Anna moría. Asimismo se ofreció una recompensa de 100 mil pesos a quien liberara al presidente. A los pocos días de la supuesta detención, Santa Anna logró escapar de sus captores con la ayuda de dos fieles servidores en una situación verdaderamente fantástica digna de una novela de aventuras. A salvo se encontraba en Puebla y de ahí le escribió al vicepresidente anunciando su libertad. De inmediato regresó a la capital donde fue recibido con “cohetes, bailes y música en las calles. Éste (Santa Anna) se asomó al balcón del palacio y volvió a jurar que sostendría la Constitución y acabaría con las rebeliones”.

La verdad sobre los hechos sigue siendo un misterio. La mayoría se inclina por pensar que Santa Anna se dio cuenta de que no tendría el apoyo militar suficiente a pesar de que en sus discursos apoyaba decididamente al ejército. Tampoco Escalada y Durán tuvieron mucho éxito en la convocatoria para secundar el plan ya que muchos de los oficiales destacados prefirieron apoyar a Gómez Farías o simplemente esperar con calma el desarrollo de los acontecimientos. Los liberales aumentaron extremadamente las medidas en contra de los aristócratas: “El periódico de oposición (conservador), El Mono, ya afirmaba el 14 de abril (1833) que el ejecutivo y el Congreso, siguiendo instrucciones de una logia yorkina, estaban confeccionando una lista de personas que iban a ser expulsadas de la República y publicaba los nombres de los que serían incluidos”. El periódico La Columna (liberal) desmintió la lista con esos nombres, sin embargo admitió la posibilidad de que expulsarían los congresistas a unos cuantos centralistas de mala reputación. Al fin el 23 de junio se publicó la lista de expulsión de 51 personas sin que la causa, o el motivo, hubiera sido explicado. La misma ley advertía que el gobierno podría expulsar a todas las personas que se hallasen en el mismo caso, sin dar ninguna razón a qué se refería en cuanto al punto de especificar, en el mismo caso. ¿Cuál caso?, se preguntaban. El pueblo se mofó del caso e irónicamente la bautizó como la Ley del Caso.

El texto íntegro decía así: “ARTÍCULO PRIMERO. El gobierno hará que inmediatamente se proceda á asegurar, para expeler del territorio de la República por seis años, á los individuos siguientes, y cuantos se encuentren en el mismo caso, sin necesidad de nuevo decreto: (a continuación se enlista el nombre de 51 personas). ART. 2° Los individuos que se oculten, y que según la presente ley deban salir del territorio de la República, se presentarán á las autoridades locales de su residencia, á más tardar, dentro de tres días de publicada esta ley en los lugares en que residan; y caso de no verificarlo, el Gobierno al apresarlos, podrá aumentarles el tiempo de su destierro. ART.3.° Las autoridades, bajo su más estrecha responsabilidad, cuidarán de indagar el paradero de los que debiendo salir del territorio de la República se oculten; en el concepto de que se les castigará cualquier omisión con una multa que no pase de mil pesos, y en su defecto con una prisión que no exceda de seis meses, duplicándose estas penas á las Autoridades que los encubran. ART.4.°Los expulsos á virtud de esta ley, serán reembarcados y lanzados para siempre del territorio de la República, si volviesen á ella antes de haber espirado el tiempo de la expulsión. ART.5.° Las autoridades políticas y militares de los puertos y lugares fronterizos, serán responsables con sus empleos del cumplimiento del artículo anterior. ART. 6.° El gobierno podrá designar el lugar en que deban residir aquellos individuos que expelan los Estados de sus respectivos territorios, pudiendo lanzarlos de la Nación cuando lo considere necesario, según las circunstancias de las personas. ART. 7.° El Gobierno podrá invertir la cantidad que juzgue necesaria para el transporte de los individuos que deban salir del país, y que no cuenten con recursos para trasladarse á sus expensas. ART. 8.° A los que se expulse por esta ley, si fuesen empleados, podrá el Gobierno asignarles hasta las dos terceras partes del sueldo que actualmente disfrutan, caso que no cuenten con bienes propios para mantenerse”. (Se respetó la ortografía y redacción original).

En la lista de 51 personas resultó poco afectado el clero, y reducido el número de militares señalados. La acusación, como posteriormente aseguró José María Luis Mora Lamadrid, destacado liberal sacerdote y masón, que por cierto su verdadero nombre era José María Servín de la Mora Díaz Madrid, fue en muchos casos “infundada y constituía una venganza personal de algunos de los que estaban en el poder contra sus enemigos políticos”. Al poco tiempo y cuando los ánimos disminuyeron, a muchos se les permitió permanecer en el país. Otros se escondieron y no los encontraron. Uno (coronel Caros Beneski, polaco) fue perdonado a insistencia del propio presidente. En mayo de 1834 Ignacio Echeverría y José Mariano Campos promulgaron el Plan de Cuernavaca, de tendencia conservadora y presumiblemente orquestado por Santa Anna. Al triunfar este Plan se destituyeron a los funcionarios que implementaron las medidas reformistas. Se derogaron todas las leyes creadas en 1833, incluyendo la Ley del Caso. Los miembros de las Cámaras intentaron reunirse con el fin de discutir las condiciones del Plan de Cuernavaca pero no fue posible debido a que las llaves del recinto habían sido recogidas y la puerta resguardada por soldados. A los pocos días Santa Anna anunció su adhesión al Plan de Cuernavaca. En septiembre de 1834 fue exiliado Gómez Farías para establecerse en Nuevo Orleans. Regresó a México en 1838 y nuevamente fue exiliado en 1840. Volvió al país hacia 1845 y el siguiente año cuando Estados Unidos invadió México el Congreso lo designó nuevamente presidente. En 1855 apoyó el Plan de Ayutla contra Santa Anna. Al fallecer en 1858, la Iglesia le negó sepultura y tuvo que ser enterrado en la huerta de su casa. Aquello de perdonar, si es que existió la ofensa, aún no se establecía.

Algunos estados como Zacatecas, Texas y Coahuila, se negaron a aceptar el Plan conservador. El Congreso decidió limitar el poder de los estados ya que juzgó que muchos de los males se debían a que el federalismo lo entendían como una autonomía con respecto al país. Zacatecas fue duramente castigado por las tropas de Santa Anna que como penalización por su insubordinación le redujo el territorio para crear el Estado de Aguascalientes. Las guerras por el control del poder continuarían mientras el país se alejaba cada vez más de un posible inicio de consolidación. México no se hundía ya que ni siquiera había salido del hundimiento. Al contrario, aumentaba la vulnerabilidad que aprovecharon para sus intereses varias potencias.

Maestro en Historia prieto.alba@yahoo.com.mx

Por: Mtro. Arturo Gutiérrez de Alba