|    Artículo:   Paz en el ojo de Buñuel   |

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18-03-2016
Ensayo respecto a la interesante amistad entre el Nobel de Literatura mexicano, Octavio Paz, y uno de los cineastas más importantes y controvertidos en la historia del cine universal, Luis Buñuel.

Octavio Paz fue uno de los intelectuales más afines a las obras cinematográficas de Luis Buñuel. Presentados por los azares del destino, la suerte o las circunstancias, el poeta y el cineasta se conocieron en París en el año de 1937.

Por aquellos tiempos, Paz estaba recién casado y recién salido de Mixcoac, la casa de su abuelo. Contaba con apenas veintitrés años de edad y estaba de paso en París, ya que iba rumbo al Segundo Congreso de Escritores Antifascistas, el cual se inauguraría en Valencia, con las relevantes aportaciones presenciales de Pablo Neruda, Louis Aragón y André Malraux.

Así fue su llegada a la capital francesa, para solidarizarse con la causa de la República, el movimiento social que se estaba viviendo en España y el cual había desatado ya un año de guerra civil en contra del gobierno, que en ese instante se mantenía en manos de la dictadura militar encabezada por Franco.

Hasta ese momento, el escritor mexicano se había conservado alejado de las inclinaciones partidarias. Pero las cosas cambiarían. Aunque su primer encuentro fue muy breve, sin una respuesta amistosa visible e inmediata, no podría afirmar el tamaño de la trascendencia que tuvieron estos dos personajes como muta influencia del encuentro.

Los filmes, El perro Andaluz y La Edad de Oro, fueron el primer contacto puro y vivo que tuvo el poeta con el surrealismo, así podríamos intuir ese momento como un desembocamiento al posterior y decisivo internamiento sentimental que sostuvo Paz con el movimiento surrealista.

Y por lo que a Buñuel respecta, la respuesta se dará catorce años más tarde, cuando ya éste se ha refugiado en México, país al que André Breton llamó: “Tierra de elección del surrealismo”, porque para los años cincuenta se había convertido en un sitio de gran interés –ya fuera por tiempo impreciso o permanente– para ciertas personalidades surrealistas, tales como Antonin Artaud, quien viajó a la Sierra Tarahumara en busca de las experiencias rituales del peyote, y, en otras circunstancias, los casos de las pintoras Leonora Carrington y Remedios Varo, a quienes el país acogió de manera permanente.

Es en este año, el 50, cuando se da el segundo reencuentro del cineasta español con Octavio Paz, quien ya había sido enviado a París, cinco años antes, como Segundo Secretario de la Embajada de México, y el cual acababa de escribir una de sus obras más representativas: El laberinto de la soledad.

El mismo autor lo dice con sus palabras en su libro Itinerario, donde escribe una serie de ensayos como respuesta a insuficiencias o anotaciones de las cosas que él consideró habían sido poco profundizadas en El laberinto:

“Llegué a París en diciembre de 1945. En Francia, los años de la segunda posguerra fueron de penumbra pero de gran animación intelectual. Fue un periodo de gran riqueza, no tanto en el dominio de la literatura propiamente dicha, la poesía y la novela, como en el de las ideas y el ensayo (...). Escribía con prisa y f luidez, con ansia de acabar pronto y como si en la última página me esperase una revelación (...). Al escribir me vengaba de México; un instante después, mi escritura se volvía contra mí y México se vengaba de mí”.

No pudo existir momento mejor para un acercamiento entre estos dos eminentes personajes de la cultura universal. Octavio Paz, aportando o desentrañando en ese momento uno de los ensayos más lúcidos, que son las circunstancias intrínsecas de lo mexicano; y Luis Buñuel, manifestando el cine como un medio capaz de solidarizar las situaciones más reales venidas de los sueños.

El reencuentro entre Octavio Paz y Luis Buñuel fue procedido de una serie de visitas privadas. Este profundo acercamiento intelectual abrió paso a un apresurado, pero honesto, f lorecimiento amistoso, el cual perduraría hasta el final de sus días.

En su momento las posiciones eran distintas. El cineasta, que alguna vez llegó a comentar que “nada tendría él qué hacer en alguna calle de México”, se vuelve a encontrar con Paz, pero ahora catorce años más tarde, en la llamada “Ciudad de la luz”.

Luis Buñuel había viajado a Francia para presentar un largometraje llamado Los olvidados en el Festival de Cannes. Era su primera película de éxito filmada en México, y también una de las primeras que realizó después de quince años de un infértil reposo cinematográfico.

A partir del estrecho lazo que se da entre ellos, Buñuel le pide a Octavio Paz que sea él el encargado de presentar la película en el evento. Paz respondió con mucho entusiasmo a la invitación, a pesar del poco agrado que la reproducción de este filme le causaba a uno de sus colegas de gobierno, otro delegado mexicano, el cual no sólo calificó la película como esotérica, esteticista y, a ratos, incomprensible. A su juicio, no contaba con la menor posibilidad de ganar ningún premio.

A pesar de todo esto, el autor de Tiempo nublado compensaba el escepticismo de su compañero con el entusiasmo que, tras algunos film anteriores a esta reproducción oficial, le habían mostrado varios de sus amigos, todos ellos admiradores de Luis Buñuel. Entre tales personajes se encontraba el legendario director de la Cinemateca parisiense, Charles-Victor Langlois.

Y no sólo se da a la tarea de escribir un ensayo, el cual leería y repartiría él mismo entre los asistentes del evento, titulado: El poeta Buñuel, sino que además se tomó la libertad de invitar a importantes personalidades de la literatura y el arte a una manifestación de apoyo al cineasta.

Entre ellos se encontraba la vieja y la nueva escuela del surrealismo: Jean Cocteau, Jacques Prévert, quien después de observar la película, sorprende a Octavio Paz con un largo poema que titula Los olvidados. El pintor Marc Chagall también fue uno de los artistas que de manera inmediata adoptarían una respuesta favorable hacia Buñuel y Paz.

Sin embargo, no todas las respuestas fueron así: algunos artistas prefirieron observar de lejos, tal fue el caso de Picasso quien, según Octavio Paz, se mostró huidizo, reticente... y quien además no se presentó al evento.

Una de las características más importantes que distinguió a Los olvidados, fue la vía estética que utilizó Buñuel, alejada de las tendencias al “realismo” que por aquellos tiempos circulaba. Como diría Octavio Paz, el artista pudo explotar el aglutinamiento marginal de México.

Tema que, para los intelectuales contemporáneos importantes políticos, escritores, periodistas, entre otros–, en un momento histórico donde el realismo socialista exaltaba con el valor principal de las obras de arte el “mensaje positivo”, los filmes de Luis Buñuel no podrían ser sino recibidos como símbolo de un retroceso en el desarrollo del arte. Significando la exposición internacional de una realidad silenciada en este país, que tras la vulnerable incapacidad de comprender, sólo les causaba humillación y vergüenza.

En algún momento, Octavio Paz dijo que si la película no obtuvo el mejor premio, sí inició el segundo gran periodo creador de Luis Buñuel, y en una de las tantas reseñas que hizo de las obras del cineasta, las describe como algo mucha más amplio y libre, perteneciente al universo.

Si algo es cierto, es que para el escritor de El laberinto de la soledad los filmes filosóficos de Buñuel iban más allá de la importante razón primigenia del movimiento Surrealista. Desde lo más profundo de su ser, Paz logró inmediatamente reconocer los lazos terrenales que lo vinculaban con el cineasta. Lo mismo vale para Buñuel. Mantenían convicciones opuestas, pero nacidas de los mismos orígenes.

Por: Herandy Rojas