|    Artículo:   Adolfo López Mateos: un enigma   |

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18-03-2016
Información, indiscutiblemente particular, sobre una parte –no poco importante– de la historia política mexicana: vida, pensamiento, y gobierno, de Adolfo López Mateos.

La constante expectativa que inquieta, altera los nervios, y hasta aleja el buen dormir a la mayoría de los políticos al aproximarse la terminación de un sexenio presidencial, apareció una vez más al momento en que los tiempos del “destape” del candidato, sucesor de Adolfo Ruiz Cortines, debía cumplirse. Un porcentaje muy alto de estos soñadores políticos se inclinaban por el “Nuevo Juárez”, como le llamaba el propio presidente al Dr. Ignacio Morones Prieto, titular de la Secretaría de Salubridad y Asistencia.

Otras personas, incluso la mayoría, se aproximaban al Secretario de Agricultura, Gilberto Flores Muñoz, quien se manejaba sumamente cercano al presidente y a quien, además, Ruiz Cortines lo mantuvo como discípulo, proporcionándole “el conocimiento de situaciones nacionales y acertijos de la política, aunque sin permitir un gesto de camaradería o los desbordamientos de la política”, según afirmó Julio Scherer García.

“El Pollo” Flores Muñoz, como le llamaba cariñosamente el presidente de origen veracruzano, era el que –por mucho– aventajaba a todos los posibles suspirantes o aspirantes. Sus partidarios lo alentaban diciéndole que él sería el designado. Asimismo, el presidente lo proyectaba a desenvolverse como el candidato popular –aunque
sin ser específico– al decirle que sabía que muchos lo visitaban y que estaba bien que los recibiera y los atendiera. 

Además le pidió, cuatro meses antes de la fecha designada para el “destape” del candidato, que llevara a cabo: “lo necesario para que todos los documentos y papeles de la Secretaría de Agricultura queden limpios”. Todo ello, dicho en presencia de Carrillo Flores, secretario de Hacienda. El rito del “tapado”, como bautizara a este procedimiento Daniel Cosío Villegas, se inició precisamente con Ruiz Cortines; como también la costumbre maquiavélica de enfrentarlos previamente a unos contra otros.

El 4 de noviembre de 1957 fue dada a conocer la noticia de la designación del Lic. Adolfo López Mateos, titular de la Secretaría del Trabajo, como candidato a la presidencia de la República. Nadie lo podía creer. Años después, en 1975, declaró Flores Muñoz que “en definitiva nadie supo por qué fuel el licenciado Adolfo López Mateos, como en definitiva nadie supo tampoco por qué no fue el doctor Morones Prieto”.

Los transportados, como diría López Portillo –que no eran otra cosa que acarreaos– apoyaron la designación presidencial en la figura del que, hasta entonces, había sido el Secretario del Trabajo. Así llegaron en aproximadamente 1, 500 camiones hasta el estadio de futbol de la Ciudad de los Deportes, frente a la Colonia del Valle, en el Distrito Federal. Los rótulos pintados en las distintas mantas anunciaban: “Ruiz Cortines y López Mateos, realizadores de la Revolución Mexicana” (¿?); “Adolfo López Mateos es garantía de unidad y trabajo”; “El respeto a la Constitución y a la Ley Federal del Trabajo, con Adolfo López Mateos”, etc.

“Un conjunto de más de cincuenta charros en traje de gala formaron valla, desde la entrada a la cancha del estadio hasta el pie del estrado principal. Al final, estaban quince ayudantes. Marcaban los relojes las nueve y media horas, cuando el licenciado López Mateos apareció en la cancha. Entonces, como si hubiera estado contenida, se precipitó una ovación estruendosa vivas, porras, aplausos, gritos y música mezclados–, dieron la bienvenida al distinguido ciudadano, quien sonriente, con la mano en alto saludaba, agradecía a sus partidarios tan caluroso recibimiento, al tiempo que avanzaba hacia el estrado principal…”.

Las demostraciones de adhesión continuaron durante los meses siguientes, hasta el primero de diciembre de 1958, cuando “en la cordial ceremonia, Ruiz Cortines, atento siempre a las formas, se despojaría de la banda presidencial y la colocaría, ostensible y tutorialmente, a su sucesor López Mateos”. Dice Gonzalo N. Santos, en sus Memorias: “López Mateos no sonaba para nada, era Ministro de Trabajo y tenía sólo cuatro partidarios políticos: Humberto Romero, secretario privado de Ruiz Cortines; el periodista libanés Alfredo Cahuache Pamia; Alfredo del Mazo Vélez, ex gobernador del Estado de México (1954-1951); y el periodista, también escritor, potosino, Francisco Martínez de la Vega”.

El coordinador de su campaña fue Alfredo del Mazo, considerado por muchos como miembro del Grupo Atlacomulco, que fue creado por Isidro Fabela entre 1942 y 1945. La campaña presidencial del que fuera Secretario del Trabajo se llevó a cabo prácticamente sin oponente. La designación del candidato por el partido del PAN, en la figura de Luis H. Álvarez, resultó meramente simbólica. En ese entonces, el PAN era un partido de conciencia política pública, que carecía de la fuerza política necesaria para colocarse en la oposición. Y de arraigo, mejor ni hablamos…

A pesar de que algunos amigos del candidato del partido tricolor aseguraban que López Mateos no estaba hecho para la presidencia –y sí para la bohemia, el arte y las circunstancias amorosas con distintas mujeres–, al concluir su mandato la mayoría de las opiniones coincidían al asegurar que fue gran presidente, más allá de su carisma y personalidad. Una de sus novias de la adolescencia, Celestina Vargas, recordaba (a muchos años de distancia) lo “guapo que era, las modulaciones de su voz y aquella sonrisa perfectamente preciosa… aquella carcajada de hombre limpio que tenía”.

Sumamente carismático, lograba que su simple presencia desbordara seguridad, amabilidad y, además, su personalidad lo hacía enormemente atractivo, sobre todo para el género femenino. Cuenta su hija Evita que su madre le decía que “era una maravilla amanecer con algo bello a su lado”. Cuando se apoderaba del micrófono, su oratoria era elocuente y entretenida. Vamos, sabía expresarse con soltura y convencimiento; fue un excelente orador que contaba con una cultura más que aceptable.

Sin embargo, y con todo esto, no se sentía cómodo en los cargos políticos. En una ocasión, anterior a su nombramiento como presidente de México, confesó: “Me halaga ser funcionario y poder servir a México, pero cuánto añoro aquellos tiempos en que no era nada ni nada tenía… Los añoro con dolor en el alma… pero ni modo”. Con relación a la simpatía que causaba en el universo femenino, cuenta un amigo que, en otro momento, estando en el café Madrid, “había una mesera muy guapa de diecinueve o veinte años. Un día que estábamos tomando café se le acercó a Adolfo y le dijo: Oiga licenciado, tiene una boca tan extraordinaria que quisiera yo besarlo. Lo más sencillo, dijo Adolfo, se paró y le dio un beso de cinco minutos, pero delante de todo el mundo en pleno café, luego se volvió a sentar y siguió tomando su café”.

Su fecha de nacimiento y el lugar del mismo es aún en la actualidad un misterio. La versión, digamos, oficial, indica que nació en Atizapán de Zaragoza, Estado de México, el 26 de mayo de 1909. Sus padres fueron Mariano Gerardo López Sánchez, de profesión dentista, y Elena Mateos Vega, profesora. Se agrega que su padre murió cuando Adolfo tenía cinco años de edad. La otra versión relacionada, asegura que en realidad su padre fue Gonzalo de Murga y Suinaga, nacido en Markina, España, y que arribó a México en 1888.

Aparentemente, publicó varios libros de poesía y, en 1914, radicó en el Istmo de Tehuantepec, en Santo Domingo Ingenio. Murió asesinado en 1934, en ese momento Adolfo tendría unos 25 años. Asimismo, se asegura que su hermana Esperanza también fue hija del mismo papá. Sin embargo, particularmente en este asunto, Gabriel Figueroa -el famoso director de la fotografía de innumerables películas mexicanas, que era primo hermano de los hermanos López Mateos– afirmaba que Esperanza había sido adoptada y que, por otra parte, él había presentado a ésta con Bruno Traben “para que comenzara a traducir sus libros y se convirtiera en su representante”.

Por cierto, el mismo Traben también resulta ser todo un misterio. Nadie sabe en realidad quién era. Por principio, el nombre Bruno es arbitrario, ya que surgió de una imaginable aseveración debido a que firmaba sus obras con el seudónimode “B. Traven”. Aparentemente el verdadero escritor se llamaba Otto Feige, de origen alemán, y cuyo deceso ocurrió en la Ciudad de México, hacia 1969.

También se ha hablado de que Traben era el seudónimo de Esperanza López Mateos o, incluso, podría haber sido del mismo presidente. Aparentemente son sumamente remotas tales afirmaciones, sobre todo la segunda. No obstante, la verdadera identidad de Traben se encuentra envuelta en una total contradicción. Otro dato interesante es que desde que murió Esperanza se desconocen otras obras suyas; es decir, se asegura que Traben no volvió a publicar absolutamente nada.

Adolfo fue el menor de cinco hijos de la familia López Mateos: Mariano José (1900), Elena de los Ángeles (1901), Rafael Fernando (1906), y Esperanza, aparentemente tres años mayor que Adolfo. Dentro de la genealogía de Adolfo –por parte de la familia materna– figura el magistrado liberal José Perfecto Mateos, Francisco Zarco, el liberal Ignacio Ramírez “El Nigromante”, y el escritor Juan A. Mateos. Por el lado paterno de Mariano Gerardo López, se vincula con Ramón López Velarde y con el coronel liberal José María Sánchez Román. Ahora, que si su padre fue Gonzalo de Murga, pertenecería a la nobleza española, cuyo origen se remonta al año de 1270. Dentro del linaje directo ascendente de López Mateos se encuentra un marqués y un vizconde.

Asimismo, en la familia de Murga se menciona a escritores en distintos géneros de la literatura. El mismo López Mateos escribió un libro de poesía no se sabe si lo firmó con seudónimo o con su nombre–, que editó Octavio Novaro (cofundador de la editorial Novaro), según afirmó alguna vez Mario Moya Palencia.

Ante la precaria situación económica al enviudar doña Elena Mateos, Adolfo cursó becado la escuela primaria en el Colegio Francés, de la Ciudad de México. En el lapso de 1923 a 1935, asistió de manera irregular a la Escuela Nacional Preparatoria. Para 1926, ya viviendo en Toluca, ingresó al Instituto Científico y Literario del Estado de México, de cuyos egresados notables encontramos a Ignacio Ramírez y a Ignacio Manuel Altamirano, entre otros. Su desempeño académico no fue siquiera cercano a bueno: varias de las materias las tuvo que aprobar bajo las condiciones de lo que se llamaba título de suficiencia, que no era otro recurso que la última oportunidad de aprobar después del examen ordinario y extraordinario. 

Tampoco se sabe de su examen profesional en la Escuela de Jurisprudencia, ni tampoco de su tesis. Primero asistió a la Escuela de Economía y, posteriormente, se cambió a la de Jurisprudencia. Para él, en ese entonces, la vida se componía de las prácticas de oratoria, largas caminatas y, sobre todo, del amor hacia las mujeres. “En el amor, como en el mar, se naufraga; seré yo como un náufrago en el inmenso mar de tu amor…”, le declaraba a alguna de sus múltiples novias cuando aún era joven.

Aficionado prácticamente a todos los deportes, privilegiando el box, el automovilismo de competencia y, sobre todo, la caminata. Recorría a pie –una vez a la semana– la distancia entre Toluca y el Distrito Federal. Hacia 1926, «participó en la caminata de un grupo estudiantil llamado “Los Peteretes”, que partió de la ciudad de México y llegó a Guatemala ciento treinta y seis días después, a fines de enero de 1927».

A partir de ese momento, sus compañeros lo empezaron a llamar “El Guatemala”. Se afirma que durante ese viaje se entrevistó con Gonzalo de Murga en Santo Domingo Ingenio. El resultado fue un fracaso y jamás se volvieron a ver. Si alguien se enteró de lo que sucedió en ese reencuentro siempre lo guardó en secreto, hasta la fecha no se conoce nada al respecto. En los certámenes de oratoria invariablemente destacó, obteniendo los primeros lugares. En un concurso, “habló del idioma castellano y dijo, transido fervor, es lengua de bronce, lengua de campanas y de cañones, pero también es lengua de oro y de metal, que ha traducido los éxtasis místicos y deliquios amorosos de una raza”.

En otra competencia inició: “Venimos a juzgar ahora, señores, la obra de la Revolución, pero no debemos hacerlo con el espíritu como con la palpitación del sentimiento…”. Algún experto en esas lides habló, en aquellas épocas, con relación a este joven: “Su voz era robusta, su ademán expresivo, lanzaba sus metáforas con pleno dominio. Sabía cómo provocar el entusiasmo del auditorio…”.

En 1925 conoció a una maestra, Eva Sámano Bishop, quien sería su compañera y esposa, tanto en toda la carrera política, como en el periodo de su postración, ocasionado por un aneurisma. Su suegro, el papá de Eva, le proporcionó un fuerte impulso en la política debido a sus múltiples amistades. En 1931 desempeñó el cargo de secretario particular del gobernador del Estado de México: Carlos Riva Palacio (1925-1929), por cierto, más callista que Calles.

Su primera participación más o menos importante, dentro de la política, fue en la campaña por la presidencia encabezada por José María Albino Vasconcelos Calderón, en contra de su adversario Pascual Ortiz Rubio, en pleno periodo del Maximato. La campaña se mantuvo en completa desigualdad, debido al apoyo del aparato del Estado, hacia Ortiz Rubio. Las aptitudes de buen orador le proporcionaron un lugar cercano al candidato.

Miembro del directorio estudiantil del Comité Pro Vasconcelos, y representante por el Estado de México en la Convención Antirreeleccionista, sufrió un fuerte golpe en la cabeza, ocasionado por las mismas personas –pistoleros del Partido Nacional Revolucionario (PNR)– que habían asesinado a su compañero Germán de Campo. La represión contra los estudiantes vasconcelistas se generalizó, y muchos abandonaron la campaña. Su vida peligraba. López Mateos se refugió en Guatemala durante algunos meses.

“Nadie sabe qué hizo ni de qué vivió (corrieron versiones en el sentido de que trabajó como asistente del general Ubico, presidente de Guatemala). También se cree que ejerció el periodismo en la ciudad de Tapachula, Chiapas. Al regresar a la ciudad de México, en 1939, ingresó a la Escuela de Economía, “fundada recientemente por Cosío Villegas dentro de la Facultad de Jurisprudencia”. Poco después, abandonó la Escuela de Economía y se matriculó en la de Jurisprudencia. Al fin, decidió unirse al aparato gubernamental que le había golpeado, mismo que había matado a su amigo, Germán de Campo.

En 1937, se casó con la futura primera dama de la nación: Evangelina Sámano Bishop (1910-1984), conocida como “Madre Nacional”, “Gran Protectora de la Infancia” y “La Maestra de México”. Fue una mujer de profesión profesora y de amplia cultura. “Seria en su dedicación al trabajo y firme en sus valores”. Al referirse a ella, Gonzalo N. Santos, el cacique de San Luis Potosí, afirmaba: “Esa sí es primera dama”, por su educación, personalidad, cultura y comportamiento de una gran señora.

Como dato al margen, se le otorgó los doctorados honoris causa por la Universidad Femenina de Filipinas, y por la Universidad de Florida. Los primeros años de matrimonio estuvieron rodeados de grandes limitaciones económicas. Su esposa Eva impartía clases en instituciones de niños pobres. La ayuda a la economía de la pareja era sumamente limitada. Al fin, la situación mejoró cuando le consiguieron a Adolfo un trabajo de interventor en el Banco Obrero, ante los Talleres Gráficos de la Nación.

Para 1941, fungió como director de educación extraescolar y estética, en la Secretaría de Educación. Poco después, fue invitado como orador a una comida que se celebraría en el Instituto Científico y Literario de Toluca, en el Estado de México. A partir de esa celebración su suerte cambió, gracias a que se encontraba el presente Isidro Fabela –cacique, o para que no se escuche tan grave, se podría decir que era el hombre fuerte de la región–, abogado, periodista, escritor, historiador, y demás desempeños en el universo de la cultura.

Quien también fue gobernador del Estado de México (1942-1945); Secretario de Relaciones Exteriores, en tiempos de Venustiano Carranza; Embajador de México en Francia, Argentina, Chile, Reino Unido, Alemania, y Brasil. Así mismo, fungió como representante de México ante la Liga de las Naciones, entre otros cargos.

Isidro Fabela quedó a tal grado cautivado con la oratoria del joven Adolfo, que lo adoptó como discípulo y se convirtió en su protector e impulsador en el universo de la política. Le enseñó todos los recovecos, malabares, de la política, tal y como él la entendía; es decir, la diplomacia, invariablemente por delante de cualquier dicho y acción.

López Mateos fue nombrado director del Instituto Científico y Literario, gracias a la disposición directa de su mentor político. Quizá fue hasta ese momento que sintió cómo la politiquería se manifestaba. La política dura, aunque se redujera a los ámbitos estudiantiles, tenía serias connotaciones en su ánimo y el enfrentamiento directo, no era lo suyo. Prefería resolverlas por conducto de la diplomacia, la cortesía.

El aproximamiento a los actores políticos, para hacerlos sentir cercanos a su simpatía, conducía su carácter y sus formas de proceder. Después de estar cerca de dos años en el Instituto, fue nombrado senador suplente por el Estado de México. El propietario era el mismo Fabela. Para la suerte de López Mateos, Isidro Fabela fue nombrado Embajador de México ante la Corte Internacional de La Haya.

La titularidad de la senaduría quedaba, entonces, en manos del suplente; sin embargo, para que esto sucediera realmente, debía de ser sancionada por el visto bueno del presidente Miguel Alemán. Se dice, que tanto su primo Rubén Figueroa, como Cantinflas, insistieron a favor de López Mateos con el veracruzano, hasta alcanzar su beneplácito. Ya en el senado, algunos de sus compañeros que no lo veían con buenos ojos, le inventaron que había nacido en Guatemala.

Su actuar en el Poder Legislativo fue, nuevamente, más diplomático que político. Recibió varias comisiones internacionales en las que su oratoria fue ejercitada: reunión de la UNESCO (1947), junta de cancilleres en Estados Unidos, reunión en Ginebra, etc. Para 1952, su gran amigo Adolfo Ruiz Cortines, resultó electo presidente de México. La titularidad de la Secretaría del Trabajo le esperaba.

Se cuenta que dijo a Figueroa: “Me tocó bailar con la más fea”. Tenía cierta razón, ya que fue un sexenio sumamente agitado en cuanto a problemas de huelgas y manifestaciones de protesta, sobre todo en el sector obrero, que prometía declararse -como así fue- en continuo descontento. En resumen, la amabilidad y la diplomacia del titular de la Secretaría de Trabajo acabó siendo exitosa en términos generales.

Un año antes (1951), murió su hermana Esperanza. Quien había sido la traductora del misterioso Bruno Traben, y propietaria de todos los derechos de sus obras. “Enfermera titulada y laureada, activista social cercana a Lombardo Toledano, en su propia casa daba cama y comida a las mujeres de los obreros (mineros) de Santa Rosita (Asarco), que marcharon a la Ciudad de México”. Problema sumamente conflictivo, a causa de las injusticias cometidas por los propietarios de la mina en agravio de los derechos de los trabajadores.

Corrían los tiempos del presidente Alemán. Se divulgó que el suicidio fue la causa de su muerte, como consecuencia de los fuertes padecimientos que sufría, después de un accidente de alpinismo; aunque algunos aseguraron que -dado su manifiesto apoyo a los huelguistas- la asesinaron, ya que el mismo presidente, Miguel Alemán, declaró el conflicto fuera de la legalidad.

López Mateos era aficionado a los autos deportivos, y no faltaba alguno de sus guardias que se quejaba de que el presidente se les escapaba “para darse sus vueltas por la Ciudad de México”. Solía hacerlo muy temprano -es cierto que fue visto a alta velocidad- por las calles de El Pedregal de San Ángel, también por el llamado Anillo Periférico, que inauguró en 1961, “al cual, modestamente, lo bautizó con su nombre”.

Su hija cuenta que en una ocasión, siendo ya presidente su papá, fue detenido por un policía de tránsito al no respetar la luz roja del semáforo. “Al darse cuenta que no llevaba su licencia, siempre la olvidaba, le dijo al policía: No me diga que me parezco a López Mateos, porque lo soy, aceleró y se fue”.

También cuenta que, en la carretera a Puebla (partiendo del Distrito Federal), antes de ser inaugurada, la recorrían ambos jugando carreras: el papá en un Ferrari y ella en un Jaguar. Inauguró, en 1959, el Autódromo de la Ciudad Deportiva Magdalena Mixiuhca, el más veloz del mundo; posteriormente llamado Hermanos Rodríguez, para autos de Fórmula 1. Apoyó decididamente a los hermanos Rodríguez, Pedro y Ricardo, en su exitosa carrera automovilística.

Se cuenta que en una ocasión se le acercó César Costa (cantante y actor), para pedirle que le autorizara la importación de un automóvil deportivo. Ante la negativa del presidente, César le contestó que, entonces, porqué él tenía uno similar al solicitado. López Mateos giró órdenes para que le autorizaran la importación.

Era constantemente visto como espectador en las peleas de box y en las corridas de toros. En ambos escenarios recibía plena ovación del respetable público (la chifladera o música de viento comenzó con su sucesor). Estuvo presente, desde el hangar presidencial, para observar el espectáculo de visita en México de los Blue Angels, de procedencia estadounidense. En ese momento, siendo el que escribe, un niño, lo conoció personalmente. Fumaba cigarros de la marca Elegantes, aunque en esa ocasión le tenían colocados en la mesa varias cajetillas de Delicados sin filtro. Según el libro de Regina Santiago Núñez, titulado Gonzalo de Murga y Suinaga. Un Quijote en México, López Mateos se casó en segundas nupcias con Angelina Gutiérrez Sadurní, aunque fue solamente por la iglesia, ya que Eva, la esposa oficial, nunca le quiso otorgar el divorcio.

Se asegura que tuvo dos hijos con Angelina: Adolfo, quien murió en un accidente automovilístico, y Elena. Los apellidos son López Gutiérrez. Adolfo López Mateos conjuntó un gabinete de grandes figuras en su área de competencia, para compensar sus ángulos románticos y de izquierda. Conocedor de sus limitaciones, lo cual demuestra inteligencia, seleccionó cuidadosamente a sus secretarios de Estado y, éstos, en general, funcionaron a la perfección. Quizá si existiera un “pero”, se daría en la acción de su secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz Bolaños Cacho, quién en una ocasión le dijo a Luis M. Farías, su director de información: “Los problemas y las personas llegarían a él y de él no pasarían. De eso se trata, de que no molesten al Presidente de la República; así de sencilla es la cosa”…

Por: Arturo Gutiérrez de Alba